Las mujeres han contribuido mucho a la innovación e invención de soluciones técnicas durante toda la historia, pasando muchas veces desapercibidas con respecto a los logros alcanzados por inventores hombres. El elenco de descubrimientos es enorme, desde la creación de productos esenciales y salvavidas como el Kevlar, las jeringas médicas, por no hablar de los avances en la ingeniería, informática, matemática y mucho más.
En ocasión de una nueva entrega de nuestra sección titulada “Mujeres inventoras”, me gustaría reconocer y homenajear una mujer cuyo invento mejora la vida cotidiana de millones de personas de una manera significativa: Josephine Cochnan, inventora del lavavajillas.
Con este invento volvemos bastante atrás en el tiempo, más exactamente a principio del siglo XX. Pero antes, veamos unas breves notas biográficas acerca de esta revolucionaria mujer inventora.
Josephine Cochnan nació en 1839, trayendo ya en sus genes el ímpetu inventor: su padre era ingeniero y su abuelo el inventor John Fitch, hombre que destacó por sus avances en el diseño del barco de vapor.
Josephine era una mujer de alto rango que solía tener muchos eventos sociales y cenas en su casa y, aunque no cocinara, deseaba una máquina que pudiera lavar los platos más rápidamente y sin romperlos, como a menudo pasaba a su servidumbre, y que también aliviara las amas de casa cansadas de la monotonía de lavar los platos.
Una frase icónica y que bien representa el espíritu de esta mujer es: “Si nadie más va inventar una máquina para lavar platos, lo haré yo misma”. Y así fue.
Trabajando en un cobertizo de madera en la parte trasera de la casa, Cochran, con la ayuda de George Butters, un joven mecánico, construyó el prototipo de una máquina lavaplatos. Midió los platos primero, y luego hizo compartimentos de alambre, cada uno diseñado para adaptarse a platos, vasos o platos. Colocó los compartimientos en una rueda situada dentro de una caldera de cobre que giraba al accionar un motor. Esta reposaba sobre la caldera de la que salía agua jabonosa caliente y llovía sobre la vajilla.
Cochran solicitó una patente (US355139) a la Oficina de Patentes y Marcas de Estados Unidos (USPTO) y fue concedida en diciembre de 1886. (Por la crónica, es de decir que en 1850 un tal Joel Houghton patentó ya una máquina de madera con la misma función. Sin embargo, la patente fue rechazada porque el montaje era demasiado complejo).
La inventora presentó el lavavajillas en la Feria Mundial de Chicago de 1893, pero sólo los restaurantes y hoteles mostraron interés en ella. Creó su propia empresa, Garis-Cochran Dish-Washing Machine Company, que más tarde se convertiría en KitchenAid, como parte de Whirlpool Corporation, pero no fue hasta muchos años después de su muerte que la máquina capturó la atención de los particulares.
De hecho, la máquina no ganó popularidad para uso en el hogar hasta la década de 1950.